viernes, 5 de agosto de 2011

el alma de los libros

en la penumbra que envuelve a la habitación, alejados del calor y la luz del flexo, oyendo, como yo, los silencios de la noche (y ese rumor electrónico del instrumento con que la entrada se va haciendo), apretados unos contra otros, con sus tesoros, grandes o menudos, en el seno de cada uno, formados por el orden de la lengua en que fueron escritos, y sin más rangos que los del orden alfabético, me contemplan los libros
algunos, comprados en un impulso pasajero, aún no han sido leídos y puede que se pregunten con cierta melancolía(es justo que lo hagan) si algún día se posarán unos ojos sobre sus páginas y serán llevados al jardín, o a la playa, o al cuarto de baño, o a una mesilla de noche, y si rodarán por el suelo cuando el lector sea vencido por el sueño
justo es, también, preguntarse si tienen alma

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