domingo, 15 de mayo de 2011
Consideremos que esto corresponde a ayer, sábado, puesto que el tiempo es una convención
Nuestros pasos sobre la calle empedrada, bajo una lluvia finísima que no obligaba a abrir los paraguas, llevándonos sin saberlo a encontrarnos una vez más (ignorábamos que justo ese era el día en que no sé si en toda Europa o en todo el mundo se abren al público ese tipo de establecimientos en horario nocturno) con esa sensibilidad tan emotiva reflejada en el mármol (no quiero que esto sea un catálogo de nombres, pero haré un par de excepciones) por el escultor Julio Antonio, que vivió unos años más que el niño Lemonier al que (suena a tópico, pero en esto es rigurosamente exacto) inmortalizó. Lástima de la sombra oscilante que le cubría cabeza y hombros. Pero luego esa otra, de unas líneas purísimas, estremecedoras, de un tal Salvador Mascarell, personaje popular en su época en esta ciudad, de una niña para la que también el tiempo fue muy breve, y que según dice la nota explicativa, sus dueños, que la donaron al museo, la tenían en el exterior de su casa, no lejos de aquí, frente al mar, por donde muchas tardes o noches mis pasos me llevan a menudo. Cómo se entrelazan las cosas: ahora ese lugar concreto ya es distrinto para mí. Ese paseo sin hitos, comienza a llenarse de otras cosas. La Nena de Mare Internum (así la llaman) se llamaba Montserrat Bonet.
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