La inmersión en el agua, insistente en un día como hoy me ha dejado como secuela un incómodo taponamiento en los oídos. Lo soporto estoicamente, durará horas o días en los que tendré que resistirme a esos peligrosos bastoncillos, esperando que se desvanezca esa película acuosa que parece poner sordina a las conversaciones a mi alrededor, tener que pedir que se suba el volumen, etc. Y sin embargo, aquí donde estoy (no estando tan cerca) hoy oigo perfectamente el mar. ¿Ha tenido la amabilidad de subir también el volumen, o es pura afinidad, un mar que reconoce a otro mar que agita sus aguas en mis oídos?
La ventaja de no ser hombre de ciencias es que se puede fantasear sobre estas cosas.
El mar, siempre.
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