Frío. Adoquines. Una iglesia sombría, oscura, de ladrillo maltratado por el tiempo, a su alrededor un jardín con lápidas ya ilegibles. Dice una placa que en esta casa vivió Wilbye. Componía sus madrigales, se asomaba por la ventana para consultar el clima, bajaba y subía escaleras. Tal vez maldecía también a los ruidosos borrachos de la noche del sábado.
El silencio debió de ser su inspiración.
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